El vicio del conflicto

El vicio del conflicto

Es un defecto moral ciertamente arraigado en nuestro escenario político, marcado por el enfrentamiento tosco y cerril entre sus principales interlocutores. Pero hay situaciones que invitan a pensar en cierta reversibilidad, en que la tara acaso no sea congénita. Por ejemplo, la coincidencia ahora de señales alentadoras en tres frentes. Primero, el sanitario, donde la vacunación masiva ha alcanzado al fin ritmos y extensión muy notables, con reflejo inequívoco en los registros de incidencia de la pandemia.

Segundo, el económico, con expectativas mejoradas para la segunda mitad de 2021 y todo el próximo ejercicio, justo cuando la Comisión Europea escenifica llamativamente “in situ” —Ursula von der Leyen en persona— su aprobado al plan de recuperación presentado por el Gobierno. Y tercero, el político, si la fuerte y arriesgada apuesta de los indultos contribuye a algún grado de distensión; no se olvide que “el problema catalán” —y no solo el enquistamiento de la pulsión soberanista— es nuestro problema más grave como país y como Estado, con recorrido día a día menos predecible. Por lo demás, a las puertas de los primeros turnos vacacionales del verano, también el ambiente social se hace más promisorio.

Ojalá no sea un espejismo. Los costes de todo tipo del áspero clima de confrontación son cada vez más perceptibles. El empresariado, desde luego, los acusa muy directamente; de ahí sus repetidos pronunciamientos para superar un “corrosivo clima de polarización” que no puede ayudar de ninguna forma a la actividad inversora y al emprendimiento. La polarización es igualmente carcoma para las instituciones, condicionando —o sesgando— la actuación de quienes las personifican y deben esmerarse en su servicio.

Más aún, esa tensa polarización sin tregua va creando un foso profundo entre la ciudadanía y sus responsables políticos; así queda reflejado en los sondeos: más del 90% de desconfianza en los políticos, tanto los que gobiernan como los que forman la oposición. Una y otra vez los datos del CIS muestran que, detrás de la salud y el empleo, lo que más preocupa son los políticos, sus partidos, y su incapacidad para lograr grandes acuerdos. Los ciudadanos, en suma, lamentan la crispación, la bronca —recurrente hasta el tedio— en el discurso público, en claro contraste con su vida cotidiana y otros ámbitos sociales. Gobierno y oposición radicalizados administrando los intereses comunes de ciudadanos que no lo están.

Se acaba de entregar en Barcelona a Mario Draghi el primer premio Círculo de Economía a la Construcción de Europa: tomemos nota del grado de consenso que el expresidente del BCE está consiguiendo en la muy fragmentada política de Italia y, con ello, en el relanzamiento de la proyección internacional del país.

José Luis García Delgado