POSICIONES 21 

Elecciones presidenciales USA, 2016: Entre el vértigo y la resignación.

Amediados de 2015, cuando comenzaban a saberse los nombres de los aspirantes a recibir del Partido Republicano de los Estados Unidos la nominación para aspirar a la presidencia del país en las elecciones de 2016, un conocido columnista del Washington Post, Dana Millbank, prometió comerse físicamente el papel en que estaba impreso el artículo en el que vaticinaba que Donald J. Trump nunca llegaría a alcanzar esa designación si su profecía no llegaba a materializarse.

En mayo de 2016, cumplió con su promesa y deglutió públicamente la página en la que se encontraba la equivocada predicción. La irresistible ascensión de Donald Trump No ha sido Millbank el único o el más caracterizado, aunque haya sido quizás uno de los más visibles en hacerlo, de los que en el país estimaban que la candidatura de Trump era, en el mejor de los casos, otro de los reclamos publicitarios a los que tan acostumbrada tiene a la sociedad americana el multimillonario neoyorkino.

En el peor, una mala broma que pronto desaparecería en el horizonte de la sensatez y el buen gusto. En el mes de mayo de 2016, sin embargo, Trump había logrado deshacerse de los dieciséis candidatos que con él habían compartido inicialmente el podio de los aspirantes en la carrera presidencial para perfilarse como el nombrado por el Partido Republicano para concurrir a las elecciones presidenciales.

Entre los descartados, se encontraban figuras tan conocidas en las filas republicanas como Chris Christie, el Gobernador de New Jersey, o Mike Huckabee, el que fuera Gobernador de Oklahoma, o Rick Perry, que lo fuera de Texas, o los senadores Marco Rubio de Florida y Ted Cruz de Texas, o el Gobernador de Ohio, John Kasich, o la que había llegado a ser Consejera Delegada de Hewlet Packard, Carly Fiorina, o el prestigioso neurocirujano Ben Carson. Y, sobre todo, se había desembarazado tempranamente del candidato que parecía contar en principio con todas las posibilidades y, ciertamente, la mayor parte de las bendiciones del “establishment” republicano: Jeb Bush, que fuera Gobernador de Florida, hijo y hermano de presidentes y, según todos los presagios, el más indicado para disputar con éxito la presidencia a la que se estimaba que sería la candidata demócrata, Hillary Clinton, ella misma esposa de presidente. Donald J. Trump, que no venía de ningún lugar políticamente identificable, había conseguido ocupar el trono que los notables otorgaban al más joven de los Bush y, con ello, impedir que las elecciones presidenciales de 2016 fueran las que contemplaran la pelea dinástica entre los Clinton y los Bush.

Las consecuencias del huracán se habrían de sentir también en otras orillas. Joe Biden, el Vicepresidente de los Estados Unidos con Barack Obama, que en más de una ocasión había ya sido candidato demócrata a la Casa Blanca y que no lo había descartado del todo para esta ocasión, anunció en hora tardía su renuncia a hacerlo alegando razones familiares, pero sobre todo, sin decirlo, optando por no dividir el voto demócrata hacia Hillary Clinton, dada la imprevisibilidad del fenómeno electoral que encarnaba el multimillonario.

Y Mike Bloomberg, el bien recordado alcalde de Nueva York durante varios mandatos, que había repartido sus alineamientos partidistas entre los republicanos y los independientes sin quedar nunca muy lejos de los demócratas, y al que muchos atribuían intenciones de concurrir a las elecciones al frente de un tercer partido, decidió abandonar tal pretensión ante el temor de que su apuesta restara votos a la candidatura de Clinton e indirectamente favoreciera la de un Trump crecido.

A principios de 2016, era ya evidente que, con independencia de sus últimos resultados en las primarias republicanas, Trump estaba produciendo un terremoto en la vida política americana. Los términos de referencia por los que cabía recordar las elecciones presidenciales en los últimos setenta años se estaban viendo alterados por los comportamientos y las propuestas de un “outsider” sin experiencia política ni clara adscripción partidista que, sin embargo, y ante el espanto interior y la sorpresa exterior, estaba a punto de convertirse en la cabeza visible del partido de Lincoln, Eisenhower, Reagan y los Bush.

DESCARGAR

¿Le gustó? Compártalo en sus redes...